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La doctora en Pensamiento Complejo y docente de la Licenciatura en Ciencias de la Educación del Instituto A.P. de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Villa María, Olga Susana Coppari, acaba de concluir su etapa como docente luego de acceder a su jubilación y dialogamos con ella para conocer más de cerca su vínculo con la UNVM y su valoración de la experiencia en la educación universitaria pública y gratuita.

¿Cómo vas a recordar tu paso por la UNVM?
Sobre mi paso por la Universidad Nacional de Villa María necesito destacar que lo valoro en consonancia con mi decisión de fines de los años de 1980 de dejar una profesión para la que comencé a estudiar en 1975, en la Universidad Nacional de Córdoba; etapa de formación universitaria pública y gratuita que cercenó la dictadura cívico-militar-esclesiástica y empresarial de 1976, que me llevó a continuar estudiando en una institución superior de periodismo en Córdoba donde egresé en 1979 para comenzar a ejercer esa profesión durante catorce años en dos diarios de Villa María. Precisamente, la actividad del periodismo me llevó a desear estar en educación cuando en 1988 la Marcha Blanca de las y los docentes convergió en las distintas rutas del país para instalar el reclamo por la consolidación de la unidad como trabajadores de la educación, planteando aquella lucha ante la fragmentación del salario y del sistema educativo.

Fui movilizada también hacia la educación por la molesta mercantilización en las prácticas del periodismo local en el que se iba reconfigurando los espacios de trabajo y subsumiendo la agenda a las lacerantes cuestiones salariales y laborales, en general, sin incluir de manera contundente la incidencia de, precisamente, el neoliberalismo en la politicidad de la palabra. Ya en el plano subjetivo, hubo en mi un vacío de carácter existencial, también alimentado por otras cuestiones personales que me orientaron a la percepción de que en educación pasaban otras cosas y allí quería estar. Siempre digo que me impulsaron a dejar el periodismo como práctica diaria, en 1992, dos grandes películas de entonces, de cuyo contenido hice una apropiación creativa que me ligó nuevamente al deseo de estar en el lugar donde quería estar: “Un lugar en el mundo”, dirigida por Adolfo Aristarain y “El lado oscuro del corazón”, de Eliseo Subiela; ambas, del año 1992. Sin eufemismos, cuando comencé en 1989 a estudiar para ser maestra de grado en el hoy Instituto Superior Víctor Mercante, con todos los bemoles de una educación superior de gestión privada, pude encontrar mi lugar en el mundo y, precisamente, el respeto por mi forma de volar con las ideas en educación, lo que siempre agradeceré a mis compañeras de estudio, de trabajo, profesoras y profesores y autoridades con las que trabajé hasta cuando me jubilé como docente nacional en el año 2016. Fueron muchos años en la docencia donde la impronta del periodismo no se separó de mí.

Es con esta institución de formación docente con la que llegué a la Universidad Nacional de Villa María, dado los acuerdos de articulación en carreras como la Licenciatura en Ciencias de la Educación. Mis primeras experiencias se radicaron en algunos meses de los años 1999 y 2000. Luego, ingresé por selección abierta de antecedentes y propuestas el 20 de octubre de 2009 y fui docente concursada bajo las disposiciones del CCT, más adelante.
En clave de ese proceso personal en educación, trabajar en la UNVM tuvo muchos desafíos; siempre decidí dónde estar y argumentar mis posiciones que tuvieron como denominador común especialmente mi trabajo como docente, sin perder a las y los estudiantes en mis perspectivas y a mi responsabilidad con el saber como herramienta político-pedagógica de trabajo. Hubo infinitas solidaridades otras en tareas compartidas que, entiendo, están sujetas a las valoraciones que de mis actuaciones se realicen. Yo me nombro con lo que estoy contando.

¿Qué es lo más valioso que te dio ser docente del sistema universitario público y gratuito de nuestro país?
Lo más valioso que internalicé especialmente como docente del sistema universitario público y gratuito de nuestro país fue poder deconstruir algunas pocas representaciones respecto a la incidencia de las políticas públicas en el área de educación. Pocas, pero para mi devenir en la docencia altamente transformadoras de perspectivas. Precisamente, la formación docente que decidí habitar en los años ´80 tuvo el influjo de lo ya descripto: la resignificación de mis ideales respecto a la politicidad de la palabra en la transición democrática como en su institucionalización a lo largo de los últimos cuarenta y un año; insisto en ello. Como trabajadora que fui en la educación primaria y luego en el sistema formador de profesoras y profesores analizo hoy como muy posible que, por aquellos años, haya quedado invisibilizada en mi la incidencia de las políticas públicas en la construcción de escenarios de mayor justicia por ampliación de derechos en el acceso, permanencia y egreso de la educación superior; esos imaginarios educativos que hemos co-construido en la lucha por la democracia y democratización de la cultura. Es que la primavera democrática parecía poder explicarlo todo.

Además, es posible que cierto sentido instrumentalista en el trabajo con el conocimiento, hasta el momento de ingresar al sistema universitario, haya anclado preferentemente en las problemáticas curriculares y didácticas, que suelen prevalecer en las prácticas de la formación docente; es que en aquellos tiempos el qué y el cómo tenían un sentido político-pedagógico estratégico en la democratización de la cultura.

Con estas reflexiones recuerdo hoy que en la universidad sentí otras cosas. Hubo imaginarios y prácticas que en la UNVM acicatearon mis análisis de status quo porque pude sentipensar de la mano de una política pública nacional, desde comienzos y hasta mediados de la segunda década de este siglo, aproximadamente: La expansión territorial de la educación superior universitaria, con inversión material real para la co-construcción política y social de un derecho a la educación superior que, como tal, venía trabajándose con la democracia y desde los territorios alejados de los centros universitarios. Fui feliz en cada sede: lo fui en Noetinger, San Francisco, Dean Funes, Jesús María, Villa Dolores y, por supuesto, en Villa María.

Por otra parte, ser feliz no es poco en una profesión que insistentemente es maltratada en contextos de crisis recurrentes. Actualmente, todos los días estamos viviendo agónicamente los efectos de un modelo de desintegración social orientado hacia diferentes espacios y prácticas en los que hemos estado movilizados por construir más justicia para muchos más. Son conocidos hoy los embates contra el sustento diario, la cultura y la educación pública y gratuita y, en ello, la problemática general del sistema universitario. Pero todos los días, respondemos con nuestro trabajo en las aulas y con la organización de la urgente construcción de espacios de lucha ante estas  políticas de la crueldad, de la intemperie, del desamparo y de lo inhóspito.

¿Cuál considerás que es el valor y/o aporte que tiene la carrera de Ciencias de la Educación en el desarrollo de la región?
El trabajo sistemático y continuado que realicé desde 2009 en el Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Villa María hasta fin del mes de febrero de este año 2024, me puso en sinergias diferenciadas en distintas carreras de grado y posgrado, siendo mi lugar de afectación la Licenciatura en Ciencias de la Educación. La relevancia de esta carrera en la región es significativa; inicialmente, porque se trata de una formación profesional actualizada y articulada con profesorados de distintos campos disciplinares como trayecto universitario complementario; esta condición no descansa en una noción de carencia de conocimientos, de insuficiencia de estrategias de análisis por parte de las y los docentes que estudian la Licenciatura; como tampoco debilita a la formación universitaria, que soporta todavía atávicos pronunciamientos que persisten, en algunas épocas y desde algunos sectores endógenos, en la necesidad de mantener una calidad educativa cuya condición de posibilidad es selectiva. Por el contrario, la relevancia de la carrera fortalece la re-existencia política y pedagógica, en lo cultural y profesional, de los trayectos formativos que las y los estudiantes protagonizaron en los profesorados cursados. Por otro lado,
inscribe una presencia diferente de la UNVM con sus políticas de vinculación comunitaria por cuanto esos profesorados son parte de la historia pedagógica y educativa de la región, incluso trascendiendo la provincia.
Si hubo una clara política nacional de expansión territorial de las universidades en el siglo XXI, los procesos de articulación de las universidades con los profesorados, incluso con sus cuestiones no resueltas, lo fueron en los años ´90 de reconocimiento de la historicidad de esas prácticas de formación docente en la región. Esa formación docente, en principio asignó sentido epistemológico, teórico y metodológico a las
Ciencias de la Educación en la UNVM, una impronta que vuelve a visibilizarse en la revisión del plan de estudios, en el proceso colectivo desarrollado por docentes y autoridades académicas de la carrera.

Teniendo como nodo identitario a las Ciencias de la Educación, percibo que pude habitar con responsabilidad distintos escenarios, aquellos que me atraían particularmente en las funciones de la UNVM como en esos otros espacios de la actividad sindical y como consejera en el Consejo Directivo del IAPCH. Lo hice siempre desde ese lugar.

La Licenciatura en Ciencias de la Educación ha sido y es ese espacio donde mi curiosidad es siempre acicateada. En la UNVM también, estuvieron aquellos trabajos donde asumí la palabra dada aun cuando no sentía esa catexia que me impulsara a la transformación de puntos de vista y posiciones. Para mi perspectiva, todavía hoy sostengo que la inercia implícita en lo que tiende a burocratizarse sería un obstáculo para modificar esos puntos de vista y posiciones. Los hubo y los hay.

Sin embargo, volviendo a mi experiencia, siento que estuve con esa curiosidad que otros dicen que me distingue: ante lo que no sé, escucho con atención; ante lo que no sé, cuido mis palabras; ante lo que no sé no me retiro; ante lo que no sé, estudio y argumento. Es así que, por ejemplo, a mi formación de posgrados la elegí sin estar atada absolutamente a los propósitos e incumbencias de la carrera, como tampoco a créditos
que podrían impedirme saber sobre esas relaciones profundas que atraviesan las prácticas institucionales en las que me encuentro; así es que con los rasgos de ese imaginario de las Ciencias de la Educación también estudié cada proyecto de trabajo sobre los que me pedían algunas lecturas (muchos de los espacios no ranqueados por el sistema universitario los he cursado y acreditado para ser honesta con las
interpelaciones que he permitido que me atravesaran, tanto en el trabajo docente, en investigación y extensión como en el acompañamiento de procesos institucionales diversos). Pero, siempre espero que quienes alcanzaron a conocer algo de mí, sepan que sobre todo aprendo en el diálogo generoso con aquellas compañeras y compañeros con los que interactúo, incluso en esos espacios donde los abrazos y la alegría por el
encuentro son emergentes de saberes y del re-conocimiento entre pares para pensar y actuar, en este caso, en la universidad. Cuando digo compañeras y compañeros, digo colegas y estudiantes.

Finalmente, UNVM, gracias por el espacio donde también pude honrar lo que pensaba.

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